Llegados a finales de noviembre muchas personas se vuelcan en la Navidad, adornan sus casas, preparan sus fiestas y reuniones, compran regalos y aguinaldos, preparan los postres y comidas típicas... incluso hay quien afina su guitarra y desoxida sus dedos practicando los acordes y ritmos propios de su villancico preferido.

 

No digo que eso este mal, partiendo de una base cristiana, hay un bagaje cultural muy fuerte en todas estas prácticas. El problema se encuentra en que muchas veces estas preparaciones exteriores hacen que nos olvidemos de lo más importante: La preparación interior para recibir a Jesús que viene como Salvador en un humilde establo, y que vendrá como glorioso Juez en medio de sus ángeles y santos. 

 

Para no olvidar este preparación interior y ayudarnos en la misma, la Iglesia, como madre buena que es, nos invita a vivir intensamente un tiempo litúrgico previo a la Navidad al que llamamos Adviento.

Se acerca el Adviento

El Adviento es un tiempo fuerte dentro de la Iglesia, coronado por los cuatro domingos previos al día de Navidad. Como tiempo de preparación que es, no se limita a los aspectos superficiales, sino que ahonda en tres realidades, las cuales nos invita a asimilar en nuestra vida:

 

El Adviento como realidad histórica nos sumerge en la espera en que vivió el pueblo de Israel, anhelando la venida del Salvador. Va desde la caída del hombre la encarnación del Verbo, abarcando todo el Antiguo Testamento. Acercarse a esta historia nos ayuda en nuestro caminar al inspirarnos con la espera del Pueblo de Dios por el Salvador y la liberación que esperaban de él. 

 

Adviento como realidad presente nos empuja a nuestra preparación personal para la venida del Señor. Es tiempo que se nos ha dado para aceptar la salvación que viene del Señor. Jesús es el Señor que viene constantemente al hombre. Es necesario que el hombre se percate de esta realidad, para estar con el corazón abierto, listo para que entre el Señor.

 

Adviento como realidad escatológica nos invita a la preparación para la venida definitiva del Señor, al final de los tiempos, cuando vendrá para coronar definitivamente su obra redentora, dando a cada uno según sus obras. La Iglesia invita al hombre a no esperar este tiempo con temor y angustia, sino con la esperanza de que, cuando esto ocurra, será para la felicidad eterna del hombre que aceptó a Jesús como su salvador. 

 

 

Estás tres perspectivas del Adviento nos llevan a contemplar la continua presencia de Dios en la historia y la tensión de la misma hacia la Venida definitiva de Cristo, Dueño y Señor de todo... Pero, la Iglesa, con 20 siglos a sus espaldas, sabe que las personas entendemos mejor las cosas con ejemplos. Por ello, para concretarnos mejor el modo de esta preparación, esta nos propone contemplar la actitud y mensaje de tres personajes bíblicos: 

Las figuras del Adviento

- Isaías, como figura de la espera por el Salvador

 

- Juan Bautista, figura de la conversión y preparación

 

- María virgen como signo de esperanza en la Venida de Cristo.

 

Y no sólo esto, yendo siempre un paso más allá, El Magisterio nos invita a  vivir las tres realidades y los 3 ejemplos de espera y preparación para el Señor que viene, no como cosas separados, sino en perfecta unidad,  mediante la liturgia de los cuatro domingos que coronan este tiempo. Así pues,  la Iglesia distribuye el contenido litúrgico del Adviento de la siguiente manera:

 

I Domingo, la vigilancia en espera de la venida del Señor, a ejemplo de Isaías. 

Durante esta primer semana las lecturas bíblicas son una invitación a la conversión, haciéndose eco de las palabras del Evangelio: "Velad y estad preparados, que no sabéis cuándo llegará el momento". Durante la santa Misa se enciende la primer vela de la Corona de Adviento, color morada, como signo de vigilancia y deseos de conversión.  

Corona de Adviento

II Domingo, la conversión, a la que llama la predicación de Juan Bautista.

Durante la segunda semana, la liturgia nos invita a reflexionar con la exhortación del profeta Juan Bautista: "Preparad el camino, enderezad las rutas" y, ¿qué mejor manera de prepararlo que buscando ahora la reconciliación con Dios? En este punto, la Iglesia hace hincapié en la necesidad de acudir al Sacramento de la Reconciliación (Confesión), que nos devuelve al estado de gracia y unión con Dios que habíamos perdido por el pecado.

 

Durante la misa se enciende la segunda vela de la Corona de Adviento, como signo del proceso de conversión que se está viviendo. 

 

III Domingo, el ejemplo de María, la Madre del Señor, que sirve y ayuda al prójimo.

Coincide este domingo con la celebración de la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre), cuya imagen es un prodigio de Dios donde los haya, y precisamente la liturgia de este día nos invita a recordar la figura de María, Madre del Señor, que, lejos de engreírse sabiéndose depositaria de tan grande don, se dispone a ayudar y a  servir a quien la necesita. El evangelio relata la visita de la Virgen a su prima Isabel e invita a los fieles a responder como ella: "Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?.  

 

Durante la santa Misa se enciende la tercera vela, que suele tener un color rosa o asalmonado (como debería ser ese día también la casulla del sacerdote)... este color se entiende como una mezcla del morado, signo de conversión, y el blanco, símbolo de gozo y júbilo, además de pureza... así se da a este día un acento de espera gozosa de la Navidad y del Señor que ya viene. 

IV Domingo, el anuncio del nacimiento de Jesús hecho a José y a María. 

Las lecturas bíblicas y la predicación, dirigen su mirada a la disposición de la Virgen María, ante el anuncio del nacimiento de su Hijo e invitan a "Aprender de María y aceptar a Cristo que es la Luz del Mundo".  Durante la santa Misa se enciende la cuarta vela de la Corona y los fieles quedan en espera gozosa del nacimiento del Mesías en el mundo y en sus corazones.

 

Llegados a este punto, la Iglesia espera de nosotros haber abierto nuestros oídos a la voz del profeta, nuestra mente a la llama a la conversión del Bautista y nuestros corazones al ejemplo maternal de María. Si cada cristiano hiciera el esfuerzo personal de vivir cada Adviento como señala la Iglesia, cada Navidad no solo sería la conmemoración del nacimiento de Jesús si no que, además un signo inequívoco y cada vez más grande de la presencia del Señor en medio de los suyos que, como Él, dan la vida por sus hermanos.

 

¡Vive el Adviento!

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