María del Mar nos ha hecho llegar una historia de esas que nos muestran como Dios se vale de todo para hacer llegar a otros su amor y su salvación. Abrid el corazón y preparad la piel, porque estas palabras erizarán los poros a más de uno.

 

Gracias María del Mar por escribirnos y dejar que nuestro corazón se ensanche con el amor de Dios reflejado en esta maravillosa historia en la que, sin duda, vemos cumplida la célebre cita de Santa Teresa de Calcuta: Soy un lápiz en las manos de Dios...

 

"Este testimonio es largo pero cada vez que he tenido oportunidad lo he contado para que le sirva a otros y a mí, para recordar el inmenso poder de Dios y el amor gratuito que nos da a cada uno de nosotros independientemente de lo que hagamos. No es mi historia propia aunque Dios se sirvió de mí como instrumento.

 

Creo que fue en el 2004, mi marido y mis dos hijas, por aquel entonces vivíamos en la provincia de Cádiz. Yo,acababa de ver mi vocación al Opus Dei, y en esas estaba luchando cada día para que Dios formase parte de mi día a día..., como no me conocéis os diré que soy una persona absolutamente corriente, llena de debilidades . Un día mi marido me comunica que un primo suyo al que yo prácticamente no conocía le habían diagnosticado cáncer, este primo, vamos a poner que se llama Miguel; por respeto a la familia cambiaré el nombre,  contaré sólo lo necesario para que entendáis lo que pasó.

Miguel fue un joven rebelde, cuya relación paterna no fue nada bien; se fue de casa y del país y trabajó viviendo con lo justo hasta que por circunstancias fuera de su alcance lo perdió todo y sin nada, volvió a casa de sus padres;  fue en ese tiempo cuando le diagnosticaron cáncer, creo que tenía 40 años.

 

A Miguel,  lo había visto dos o tres veces en mi vida, yo era muy joven, recién casada y no se me ocurría de qué podía hablar con una persona así, ¡éramos tan distintos! Así que en esas ocasiones,  salíamos del paso con algunas frases y poco más; sabía que era un hombre de mundo, que iba a lo suyo y que no tenía buena relación con su familia.

 

Cuando le diagnosticaron el cáncer, se sumió en la amargura, me contaba mi marido que insultaba a su madre y le tiraba las pastillas cuando ella entraba en la habitación para dárselas; yo, como siempre, cada vez que veo la necesidad de alguien rezo por esa persona, y así hice con Miguel, todo muy normal.

 

Una noche estaba haciendo oración en el salón de mi casa, no estaba pensando en Miguel, cuando de repente y sin venir a cuento, se me instaló un pensamiento en mi cabeza: escribirle una carta a Miguel. Mi reacción fue de sorpresa y luego miedo; yo soy una persona bastante cobarde y os aseguro que JAMÁS se me hubiera pasado por la cabeza escribirle a alguien una carta estando en esa situación y mucho menos a un desconocido; empezaron a a asediarme las dudas: ¿será cosa mía o será de Dios? ¿Y si lo hago y en vez de ayudar le perjudico? ¿Y si hago daño a su madre? Etc.... Así que acudí a Él con papel y bolígrafo y le dije: Si esto es cosa tuya dame las palabras que tiene que oír y si no es tuyo, por favor, que esta carta nunca sea leída.

Normalmente, cuando escribo algo, hago un borrador, repaso, tacho, cambio, pero esta carta salió de un tirón, sin pensar;  por no caer en la vanidad no la repasé y cuando llegó mi marido, le conté lo que había pasado y que leyera la carta para dar o no el visto bueno. Una vez más le dije a Dios, si esto no es iniciativa tuya, házmelo saber; mi marido leyó la carta y le pareció bien, así que el siguiente paso era llevarla a Correos. Allí por última vez, antes de echar la carta en el buzón, le volví a decir: Por favor, si esta carta va a hacer daño a alguien que nunca llegue a su destino. Estaba muerta de miedo...

 

A partir de ahí ocurrieron dos cosas:

 

1. Miguel se instaló en mi cabeza y en mi corazón, me levantaba con su imagen y me acostaba con ella, durante todo el día rezaba y ofrecía sacrificios por él, con mis hijas, que eran pequeñas, iniciamos una campaña de oración, mi madre también se unió... Se lo encomendé a San José María y a nuestra madre, la Virgen.

Voy  a decir algo que puede escandalizar a alguno: mi padre estuvo bastante tiempo enfermo hasta que murió, y puedo asegurar que recé y recé por él pero no con la intensidad con la que rezaba por Miguel, y esto lo digo porque puedo afirmar que esa voluntad de rezar tan intensa, venía del cielo y tuvo su razón de ser.

 

2. La otra cosa que pasó fue que desde el minuto uno que yo envié aquella carta, cada vez que sonaba el teléfono, me moría de miedo, imaginaba a la madre de Miguel diciéndome que quién me creía yo para decir aquellas cosas. No hice copia de la carta, obviamente, y no recuerdo para nada lo que le puse, sólo sé que le hablaba de Dios padre, que ama y perdona a cada hijo suyo.

 

Aquella temida llamada llegó una mañana antes de salir al colegio con mis hijas, pero lo que oí no fue un reproche sino una pregunta: — María del Mar, ¿conoces a algún sacerdote bueno? Miguel ha leído la carta que le enviaste y quiere confesarse. Uaaaaaahhhhh, me puse muy nerviosa y a la vez estaba feliz, ¡¡¡¡y no se lo podía contar a nadie!!!! Vi la mano de Dios claramente... Dios mío, qué días tan emocionantes y llenos de gracia transcurrieron... Miguel empezó a llamarnos una vez por semana, quería compartir con mi marido y conmigo la alegría de haberse encontrado con Dios, quería volver a bautizarse, su idea era venir a Cádiz y que nosotros le acompañásemos.... Pocas semanas después fuimos a verle, aprovechando que asistíamos a una manifestación profamilia. Su madre nos acompañó a la habitación donde él permanecía en cama; nos llamó la atención su estado físico, nos saludamos y su madre, discretamente se marchó cerrando la puerta, no se me olvidará lo primero que nos dijo : — Bueno chicos, sólo vosotros y yo sabemos lo que aquí ha ocurrido realmente.

 

Entonces nos contó que cuando llegó la carta, la puso sobre una repisa, no se molestó en abrirla ni en saber de quién era, se olvidó de ella, hasta que una noche, medio drogado con la medicación y sin poder dormir, cogió la carta y leyó el remitente; no sabía quién era yo, y no entendía que una desconocida le mandase una carta, lleno de extrañeza la abrió y comenzó a leerla... de modo que esa extraña, que lo conoce y sabe lo que le está pasando, se pasa la carta haciendo continuas referencias "a otro" al que ella se dirige como: "Él"; "Él" por aquí, "Él" por allá..... no entendía nada (yo esto no lo recordaba, me enteré cuando nos lo contó); siguió leyendo y de repente, al final de la carta, encuentra  el nombre de aquel ser  misterioso: Dios... y entonces sufrió una sacudida muy fuerte interiormente y tuvo conciencia de todo; vio su vida proyectada en la pared, pero había dos pantallas, en una pudo ver todas las cosas buenas que había hecho y en la otra, todo el mal... y entonces supo que se había pasado la vida siendo un egoísta y que no había querido lo suficiente a su familia sino a sí mismo... ¡cómo lloraba!

Después de aquella luz, se levantó, despertó a su madre y le dijo : —Mamá, enséñame a rezar. Madre e hijo pasaron la noche en vela repasando las oraciones básicas que él ya había olvidado ; tenía tanta sed de Dios, que le pedía a su madre libros que hablasen de Él, pidió el sacerdote para poder confesarse, tenía que ir a su casa ya que su estado de salud le impedía salir. El sacerdote fue, se confesó y le siguió visitando para llevarle la comunión; él, cada vez que recibía a Jesús Eucaristía, hacía un gran esfuerzo por no vomitar y conseguir  así pasar más tiempo con Él, juntos.

 

Muy poco tiempo después de esto, murió. Su madre nos dijo: Estoy destrozada porque mi hijo ha muerto pero contenta porque sé que no se ha ido al infierno.

 

Alguien una vez me preguntó que qué pondría aquella carta, no importa qué palabras fueron usadas, Dios quiso mostrarse a Miguel para que se salvara y no se hundiera en el abismo de la desesperación, pero además, nos  regaló, a los que pudimos ver y entender lo que había pasado, poder ver la acción directa de su mano; con un hijo suyo, que se pasó toda su vida dándole la espalda ... qué maravilla el amor gratuito de Dios y qué poco le conocemos".

 

María del Mar